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Ex Machina

  • Monti y Riuda
  • 3 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

Ex – Machina va más allá de ser otra película de ciencia ficción. Alex Garland se estrena como director con nota, abordando el tema de la inteligencia artificial des de una nueva perspectiva donde la moral y la consciencia humana se entrelazan para crear un thriller psicológico de altísimo nivel.


Caleb es un programador informático de unos 30 años que resulta ser ganador de un concurso que le permitirá determinar si Ava, un robot con forma humanoide, es capaz de generar consciencia humana o no. Durante el transcurso de la prueba Caleb y Nathan, el creador de Ava, convivirán aislados del resto de la sociedad en un espacio aparentemente idílico, manteniendo contacto únicamente con la asistenta personal de Nathan, que ni tan siquiera habla inglés.


El test de Turing – una prueba diseñada por Alan Turing para probar la habilidad de una máquina de exhibir un comportamiento inteligente similar, o indistinguible, del de un humano – se convierte en el hilo conductor de la película, que avanza al ritmo de las diferentes sesiones del test dónde Nathan analiza el comportamiento de Ava ante la presencia de Caleb, el primer humano que ella, o ello, conoce después de su creador. No obstante, en la prueba original el interrogador – Caleb en nuestro caso – desconoce si está hablando a una máquina o a una persona, en cambio en la película él sabe de entrada que está probando la inteligencia de una máquina.


Alex Garlan induce a la reflexión sobre la consciencia humana, sus orígenes, sus limites y en definitiva, lo que podemos considerar como tal.


En un principio, con un Caleb aún un tanto desconcertado, se nos presenta a Nathan como un ser lleno de instinto, dejado llevar por sus excesos y pasiones. Ava, por el contrario y en representación al mundo de las maquinas, es perfectamente racional, analítica y calculadora con todo aquello que dice y hace.


A medida que la interacción entre examinador y examinada avanza, se descubre la parte más fría de Nathan, la que podríamos llamar racional, donde calcula y estudia de forma metódica todos los pasos que Caleb sigue para determinar la existencia de humanidad en Ava. Por su parte Ava evoluciona a través de la empatía que empieza a generar tanto hacia Caleb como hacia al espectador. Pero ¿es esta empatía propia de su subconsciente o simplemente es una herramienta para que Caleb sucumba a sus necesidades?


Es aquí donde se establece el límite de lo que consideramos como consciencia humana. Es el simple hecho de tener consciencia y percibir la de los demás, algo que Ava parece ser que hace, o la humanidad se caracteriza por el afloramiento de los instintos y la capacidad de discutir aquello que esa bien o mal, en definitiva, establecer ciertos preceptos morales. En términos Kantianos necesitaríamos diferenciar el punto de vista moral, Bonum Moral, y instrumental Bonum Instrumental.


Porque si hay una cosa que nos caracteriza como humanos más allá de cualquier capacidad instintiva o racional es nuestra manía por preguntarnos constantemente aquello que esta bien y aquello que no, buscar una justificación a nuestros actos reconociendo no solo la existencia de los otros sino que también su condición como seres morales con sentimientos y emociones, como apreciamos en el personaje de Caleb.


Que Ava parezca un ser amoral no es el único hecho que le separa de la posibilidad de tener consciencia humana. Existe un hecho referencial de la película que va más allá de la moralidad y es clave en nuestra opinión: la contraposición entre el primer dibujo de Ava y la obra de Jackson Pollock que sirve de inspiración a Nathan: el Nº5.

Se nos presenta a Ava sin instinto creativo, no muy lejos de la realidad descrita por Walter Benjamin de una época en dónde el arte parece estar en decadencia por culpa de la reproductibilidad técnica y la perdida del aura en la obra de arte.


Para nosotros, no es arte la simple reproductibilidad técnica sino todo aquello que se crea en sintonía con el alma, con la intención de ir más allá de lo meramente perceptible, incluso hacía lo irracional ya que se encuentra presente en la naturaleza del ser humano. Tal y como cuestiona Nathan: “Imagina que Pollock hubiera revertido el desafío. Imagina que en vez de hacer arte sin pensar, hubiera dicho: no voy a pintar nada a menos que sepa por qué lo hago. ¿Qué habría sucedido?”

 
 
 

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