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1984, George Orwell y el reto de la política actual

  • plandeviernesnoche
  • 25 jun 2016
  • 4 Min. de lectura

Podemos usar el término distopía para describir una situación injusta donde se describe una sociedad indeseable de la cual deriva una crítica al presente. Una situación que parece extraterritorial y que tendría como función básica realzar y denunciar conductas despreciables.


1984 de George Orwell es una de las distopias más conocidas de la literatura del siglo XX dónde se presenta, a grandes rasgos, una sociedad uniformizada, mal informada, sin posibilidad de capacidad crítica y reprimida bajo un régimen que se rige sobre el lema: “La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.



Mas allá de la historia y la novela en si, que recomendamos sin lugar a dudas, Orwell deja una serie de mensajes y de interpretaciones de su entorno que, aún siendo presentados bajo un mundo ficticio, no se alejan tanto del mundo real en el que vivimos.


Aprovechando el momento actual donde las elecciones españolas están a la vuelta de la esquina creemos conveniente abrir un espacio en el que junto a los tópicos presentados en 1984 reflexionemos con actitud crítica sobre el momento político actual.


La democracia es el sistema de organización política a través del cual se toman las decisiones en nuestro país. Su origen se remonta al siglo V a.C. en Atenas y se define cómo un sistema en el que aquellos con el título de ciudadanos se reúnen en asamblea para decidir el rumbo de la ciudad-estado.


Actualmente, entendemos el sistema democrático como un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de éste a elegir y controlar a sus gobernantes. Joseph A. Schumpeter, uno de los economistas más influyentes del siglo XX por sus aportaciones en el estudio de ciclos económicos, la innovación empresarial en el capitalismo y el concepto de la destrucción creativa, redefinió el sistema democrático de una forma muy simple y, bajo nuestro punto de vista, más acorde con la realidad: la democracia es aquel sistema de organización social basado en la lucha competitiva por el voto de los ciudadanos, del cual emergen las decisiones políticas.


Aunque sin conocimientos sobre politología, de entre todas las características existentes en el sistema democrático nos gustaría resaltar la importancia del “arte de la palabra”. Des de la democracia griega de carácter asambleario hasta la democracia representativa actual, la retórica y el lenguaje han sido dos de las herramientas más influyentes para gobernar. Bajo este sistema, la fuerza bruta se queda aparentemente a un lado y aquellos capaces de convencer al resto de forma discursiva son los que hacen universalizar sus opiniones. No deja de ser que teóricamente la democracia debería de acercarse al ideal habermasiano de una comunidad ideal de comunicación. Pero ¿qué pasa cuando el propio lenguaje no permite discutir la fundamentación de los conflictos?


En 1984, Orwell nos ilustra con un fenómeno que el bautiza como “nuevalengua”; éste consiste en la reducción, simplificación y acotación del lenguaje hasta extremos inimaginables. El siguiente fragmento de la novela ilustra a la perfección en que consiste: “La destrucción de palabras es muy hermosa. […] ¿Qué justificación tiene una palabra que no es más que lo contrario de otra? Fíjate, por ejemplo, en la palabra “bueno”. Si ya tenemos esa palabra, ¿de que nos sirve la palabra “malo”? “Nobueno” es igual, o incluso mejor, porque quiere decir exactamente su contrario. O, si lo que quieres es reforzar la palabra bueno, ¿para qué queremos tener una serie de palabras vagas e inútiles como “excelente” o “espléndido”? “Masbueno” ya significa eso.” ¿Os suena?


En la política de hoy en día la entrada de las redes sociales en el terreno político ha favorecido mucho a la simplificación del lenguaje. Bautizando este periodo como “Política de Tweets”, los 140 caracteres pueden ser muy útiles para comunicarse directamente con la población, no obstante, difícilmente pueden ser mensajes o reflexiones profundas, críticas y bien argumentadas, sobretodo si esta forma de entender la política se trasladada a los debates políticos, a la prensa y a nosotros mismos. Los partidos políticos argumentan que su objetivo es llegar la mayoría de la población de una forma directa y personal, pero no nos parece en ningún caso justificable que ésta forma de comunicación se traslade al resto de escenarios que componen la política.


Esta forma de comunicación es muy similar al de la publicidad, que ha tenido un impacto en nuestras vidas que ha sido abismal. Con mensajes simples y atractivos, las preferencias y los intereses de los individuos pueden ser alterados con facilidad. La política se ha aprovechado de esta herramienta para facilitar su objetivo: conseguir el voto del ciudadano. Así, nos bombardean con mensajes de poco calado constantemente: vacíos de ideología y argumentos. Poco a poco, manipulan nuestra opinión para llegar al poder y satisfacer sus intereses, sean éstos nobles o no.

De esta manera, nuestras preferencias se han alineado hasta cierto punto y hemos sufrido una uniformización como sociedad. Si la voluntad general está a menudo manipulada des de la clase política, los intereses de los ciudadanos dejan de responder a los problemas de los ciudadanos y tampoco son resueltos por éstos.


El filosofo francés Ranciére argumentaba que la naturaleza del conflicto social y la necesidad de desacuerdo, lo que el llama como “mésentente”, eran la base de lo político, y de hecho es solo a través del desacuerdo, de la crítica y la dialéctica que se puede progresar como sociedad. I siguiendo esta idea, creemos que nuestro deber como individuos es traer al debate público el desacuerdo y la discusión.


Nadie debe limitar nuestro pensamiento, ni nosotros mismos: la alegría en el pensamiento no tiene que ver con lo reconfortante de las conclusiones a las que se llega, sino con el hecho de descubrirnos capaces de llegar a un sitio por nosotros mismos.


El momento político que vivimos en la actualidad está marcado a cambiar, pero solo lo conseguiremos si abrazamos el compromiso que éste exige empezando por nosotros mismos. Foucault decía que estar "a la altura del momento" consistiese en colocarse muy abajo, como si "la política con mayúsculas" se escribiese en realidad con minúsculas.


“Hasta que (los individuos ) no tomen conciencia, no se revelarán, y sin revelarse no podrán tener conciencia”.


 
 
 

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